sábado, 8 de marzo de 2014

UNA PRIMERA IMAGEN

      Como parece que algunas personas ya comienzan a reclamar algo de actividad en el blog, pues aquí os dejo una imagen en blanco y negro del pueblo de Aguino hacia la primavera de 1972. Aunque faltan dos casas, esta imagen es la última impresión que se llevaron muchas familias cuando por esa década abandonaron el pueblo. Creo que bien vale como imagen de cierre de una época, más podríamos decir, como imagen de cierre del esplendor y de la ocupación plena del pueblo. Con esta fotografía tomada por la última maestra, María Luisa, podríamos decir que el pueblo redujo sus habitantes hasta niveles nunca antes conocidos en los cerca de mil años de existencia que nos atrevemos a sugerir han transcurrido desde su fundación. Aguino fue en un tiempo más pueblo y más importante que Pola de Somiedo, pero quiso la geomorfología que el valle elegido para abrir las comunicaciones fuera el de la Pola y no el de Aguino y Perlunes, perdiendo de esta forma la hegemonía que por historia les hubiera correspondido. Desplazados de las comunicaciones principales y desfavorecidos por la tardía llegada de la carretera y el terreno tan pendiente que los rodea, en especial a Aguino, el destino de aldeas semi-abandonadas estaba anunciado mucho tiempo antes de que sucediera. Hoy en Aguino solamente tres o cuatro casas hacen humear su chimenea y en Perlunes en invierno apenas dos o ninguna, (que hacen una media de una).

   

                                      Espero que estas imágenes os ayuden a evocar algunos recuerdos y os animéis a colaborar en esta empresa común que trata recuperar, afianzar y abonar nuestras raíces, ahora que, como certeramente nos apunta el sabio e ilustre profesor Adolfo García: "tantos se dedican a arrancarlas" y que pretenden ignorar que NOSOTROS las hemos plantado, y que este territorio fue un día nuestro hogar y que no había en él un palmo ni una vara que no estuviese bajo nuestro control. Que allí donde ahora pastan animales salvajes que nuestros antepasados habían extinguido por incompatibles con sus ganados, antes pastaron ovejas, cabras, caballos, vacas y terneros, los animales que criaban y sustentaban a nuestros numerosos antepasados y que allí donde ahora florece ese matorral asilvestrado y monótono, antes florecían extensos trigales, rubia escanda, verdes patateros y amarillos maizales, que junto con los cuidados y abonados prados de guadaña componían una imagen de una belleza y de una plasticidad, que posiblemente no se vaya a recuperar ya nunca. El paraíso natural se fue, se lo llevaron las escobas, los espinos y toda suerte de matorral que algún día, por desgracia no muy lejano, veremos arder y convertirá en una mugrienta colada de negras cenizas aquellos versicolores paisajes que un día conocimos. Por desgracia esta situación ya ocurrió antes, cuando aún no había avanzado este matorral incontraladamente y ya vimos sus consecuencias: Más matorral. Ahora que el diente de los ganados ya no es capaz de detener ese avance de lo inculto sobre lo cultivado. De lo bravo sobre lo manso. Llegaremos a perder hasta los senderos y con ellos se marcharán hasta los turistas hartos de pelear contra matos y espinos. Pero antes de que esto ocurra, lograremos entre todos, recuperar completamente aquello que nos pertenecía, lo volveremos a nombrar con el nombre con que lo nominaron nuestros ancestros y quedará para la historia nuestro testimonio para que se sepa hasta donde llegaba la mano del hombre cosechando, construyendo, pastoreando y dominando su territorio.


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